El campo clínico ha sido, tal vez, el primero en constituirse como ámbito profesional; también el más amplio, y el que atrae la atención de un mayor número de profesionales, movidos por un sentimiento humanitario de solidaridad con los que sufren algún tipo de problema o alteración que afecte a sus vidas. No voy a hacer una historia apresurada del campo, como es lógico. Pero creo que no es posible dejar de mencionar algunos nombres a los que se les deben cosas que siguen activas hoy en día.
Para empezar, la figura del profesional clínico debe mucho a Lightner Witmer, fundador de la primera clínica en Pennsylvania, en USA, en 1896, que abrió la marcha de la vía profesional del psicólogo en este campo; y luego, también al grupo de especialistas que se reunió en Boulder, en la Universidad de Colorado, para definir el modelo de acción (el ‘modelo de Boulder’) a que aquel debería ajustarse, el de un investigador-técnico-práctico. Es un modelo que me parece del máximo interés conservar y perfeccionar.
Por otra parte, están aquellos que han contribuido a ordenar conceptualmente el campo, empezando por Emil Kraepelin, el psiquiatra alemán formado con Wundt, que vino a ser el primer sistematizador de las patologías mentales, y estudió experimentalmente procesos mentales como la fatiga, de gran importancia en la psicología aplicada. Tampoco debemos olvidar a Alfred Binet, que con su ‘Escala de Inteligencia’ vino a hacer posible un estudio riguroso del enorme problema del retraso mental; y, si nos acercamos al presente, me gustaría recordar la figura de Leo Kanner, con su inicial clarificación del síndrome de autismo, entre otros grandes investigadores.
Habría que llegar luego al enorme logro de los sucesivos DSM, que se han realizado reuniendo influencias muy varias, desde las de Meyer y Menninger, a las de Spitzer, Millon, Saslow, o las críticas de Meehl, o Cronbach; es decir, una verdadera obra de equipos y grupos profesionales. Y aunque sólo sea por haber creado instrumentos de tantísimo valor, no deberíamos olvidar ni a Alfred Binet, al que ya he mencionado, ni a Hermann Rorschach, ni a Hathaway y McKinley, con su MMPI, o Raymond Cattell, con su utilísimo 16 PF, y tantos otros que han ido creando un banco de recursos instrumentales con los que ha ido consolidándose la acción de nuestros profesionales.





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